Hoy nos mojamos seguro. Es un buen día para echarle huevos, y Julián tiene un par. Si amaina un poco, intentaremos acercarnos a Taranto a ver otra torre de esas que los aragoneses dejaron por aquí, pero el objetivo principal es tomar el barco en Bari que nos llevará a Bar en Montenegro. Entretenidos por la charlita del dueño del hotel, que esta mañana nos cuenta el secreto de la viagra italiana: los pimientos rojos picantes que podemos ver intentando secarse en muchos balcones, tras el segundo café nos lanzamos a ese mundo exterior mojado en que no para de llover.

Lo bueno de los túneles que es que no llueve.

En la tablet veo que la montaña que veíamos desde la costa oeste de Calabria era el Strómboli!!

La palabra que más se escucha es «prego», se emplea tanto para dar las gracias y devolverlas como para llamar la atención. El problema de la antigüedad de los trenes italianos puede serlo para los pasajeros, pero estéticamente me resulta una ventaja la estética de los puentes con forma de chasis de Ducati Monster que aparecen paralelos a los de la carretera.

Cualquier paisaje mejora considerablemente si aparece una moto, y a mi parecer, también lo hace si hay una vía del tren.

Nos hemos quedado con la peña, se creen que hemos venido por tierra. Así ha quedado el mapa de papel después de esta etapa. Una suerte que no vayamos a necesitarlo más hasta la vuelta.

Hay un montón de palomas en el puerto cuando vamos a comprar los billetes. Como un adolescente, Julián no puede evitar hacer un par de derrapes, espantándolas a todas.

Luego nos fuimos a hacer turismo por la ciudad. Bari tiene una zona de huertas en la ciudad, como Valencia hasta hace poco. Hay muy buen ambiente y edificios señoriales, el palacio de finanzas, un castillo…

En la calle principal de Bari están rodando una película de época. Nosotros agradecemos al cielo que nos dé un pequeño respiro con la lluvia mientras callejeamos por la ciudad.

Por supuesto Bari tiene su calle dedicada a Dante Alligheri. y también un grupo de inmigrantes reubicándose. Y la calle Vitorio Emmanuele, callejeando se aprende mucha historia. Mira por dónde, encuentro aquí, tan lejos de casa el cubo que quería mi caballo por apenas 600€, un chollo!.

Julián se compra las botas de 18€ en el puerto y apuesto con él a que no durarán ni un día por euro. Aquí le vemos, ya calzado con ellas, añadiendo aceite al motor bajo la atenta mirada de los de la cabina de información que amablemente nos dejaron aparcar a resguardo de la lluvia.

Las mujeres y los locos primero: así nos dejaron pasar los primeros al ferry, evitando la persistente lluvia que nos acompaña desde que abandonamos Sibarí. De todos modos, me siento muy vip!

Y al camarote soviético. Las sábanas no tienen ni un centímetro para remeter.

Después de tanta travesía marítima, si algo hemos aprendido es que en el barco se come mal y caro. Por eso nos hemos avituallado convenientemente con unos «salumerios», queso y fruta.

Eso si, las birras, fresquitas, en el bar. El camarero nos cuenta que con Tito se vivía mejor, aunque ya no hacen la mili. Se fuma en el barco y en todas partes.

Cruzando el Adriático, el barco toma un par de curvas brutales y el resto es también muy movidito, pero me gusta dormirme mecida. Al otro lado, Montenegro nos espera.