Cuando nos invitaron a una matancía en Huesa del Común, yo aún no conocía la legislación vigente acerca de lo que se ha venido haciendo desde tiempo inmemorial en los pueblos con los cerdos, que se sacrifican para proveer de alimento para el resto del año.

El caso es que en nuestros evolucionados días del siglo XXI la ley obliga a acabar con la vida del cerdo de forma piadosa en un matadero, con lo que la matanza se celebra en ausencia de sangre y por tanto, ni morcillas, ni choricitos ni ná. Ni siquiera el acto de la muerte propiamente dicho.

Afortunadamente para los que no somos musulmanes «del cerdo, hasta los andares», y ni siquiera la ley impidió que nos pusiéramos las botas de tocinaco, costillas, orejas y otras delicias derivadas del animal.

Legislaciones gastronómicas aparte, el pueblo cuenta en lo alto con los restos del impresionante Castillo de Peñaflor, que asoma sobre el pueblo por un lado y hacia el río Aguasvivas del que lo separa una pared de piedra donde anidan los buitres. Además es muy preciada para escaladores y cabritas del lugar.

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