Despertamos en Makasrska. Cambiamos 100€ para evitar el rollo del cálculo de cambios. Nuestro casero nos invita al café del desayuno. Es un tipo enrollado.
Desandamos el camino de ayer, por esa brecha cruzamos el Biokovo.
Luego dejamos atrás la cordillera.
Pegaditos al mar.
Esta zona es moda desde hace unos años. Demasiado turismo, demasiado sobe y rooms por todas partes.
Demasiado turismo implica demasiados coches. Incluso en esta época del año. Nos detenemos un momento para tomar un tentempié y practicar con el tirachinas el tiro aire-mar aprovechando que hay un buzo en las inmediaciones.
Después de pescar y el almuerzo, la gopro está llena de aceite de sardinas.
El avión parece que se viene encima.
A pesar de la navegación, he conseguido que conozcamos los barrios más lumpen en Split.
En las afueras de la ciudad, más ruinas.
Aparcamos sin pagar pasando como moto y media en la islita de Trogir. El sol nos sonríe y el Marlboro cuesta 26.5kn.
Es un lugar coquetuelo y encantador con callejuelas estrechas.
Con un castillo espectacular.
Antes de Split era demasiado turístico, pero después ha mejorado por momentos.
La entrada del mar a la tierra en Sibenik o la salida del río al mar, depende de cómo lo mires.
En toda esta zona la tierra y el mar se alternan.
Zadar es maravilloso. Nos recibe con un submarino amarillo.
También hay una representación del sistema solar que no pudimos ver en acción porque su magia es iluminarse por la noche.
Pero lo más sorprendente fue su órgano marino, con tubos que suenan activados por las olas.
En otros lugares se miran las páginas del periódico, aquí las esquelas se pegan en el tablón.
Cenamos de lujo en un restaurante que tiene una mantis como mascota. El camarero parece San Francisco de Asís también en el aspecto (aunque no haya visto la foto de San Francisco). Pido ensalada de cefalópodos, pero son moluscos.
Nos quedamos en un hotel muy hortera en Zadar.
La televisión tiene 1.280 canales y se puede ver a Fernando Fernan Gomez mientras las gaviotas vuelan hacia el sol…