En 1837 los carlistas se refugiaron en el pueblo huyendo de las tropas de Isabel II que les atacaron cuando se dirigían a Cantavieja. Muy ordenados, los militares, no dudaron en dejar claro quién se alojaba en cada casa y sus indicaciones perviven aún en los muros de la villa.
También las Agustinas tuvieron su protagonismo escondiendo tras las celosías del convento (que por entonces estaban encaladas) a varios soldados que consiguieron escapar.
Pío Baroja cuenta varias anécdotas, algunas realmente divertidas, en «La Venta de Mirambel», un librito que te engancha y se lee en un par de tardes.
El helicóptero real aterrizó varias veces en las cercanías cuando nuestra Reina Sofía vino a otorgar el en 1981 la Medalla de Oro de Europa Nostra y todo el conjunto del pueblo – que dicho sea de paso es altamente taurino – fué declarado Bien de Interés Cultural.