Despertamos en Thingir, en el hotel de la gasolinera, con gustos más que gypsies. Mohammed VI lidera el desayuno desde su retrato y… desde una foto suya pegada a un gran fuelle. Fuelle: instrumento para avivar el fuego.

Hasta ayer mismo, no sabíamos si íbamos a cruzar el Atlas por el Todra o por el Dadés. Una de las primeras veces me guió por aquí uno de los mejores mapas que he tenido. Es alemán e irrompible. En ese mapa de hace años, había pintada una calavera en Agudal, y, aunque no recordaba porqué, yo animaba a mi fiel morabito a subir por la otra vía.

Tinghir desde el norte…
Uno de los vehículos con el que íbamos turnando la pole.

En la curva panorámica sobre la ciudad, tomo nota mental para crear waypoints con todos los regalillos de las curvas: el turbante por aquí y en Merzouga, as geodas en las «curvas de llorar», los fósiles al sur, o los camellitos del Ziz y su evolución con el tiempo.

En la primera parte del recorrido, allí donde las paredes se elevan casi verticalmente, dejando el paso más estrecho, quiso Alá que por unas cosas u otras no hubiera mucha gente, ni siquiera en los puestos de regalillos. Todo el Todra para nosotros solos (y el Atlas Panther).

Las obras están por todas partes este año. A la salida del Todra también, y dentro de poco habrá que subir más allá de Agoudal. ¡a lo mejor hasta Imilchil! para volver a encontrar carreteras de auténtico «asfalto marrocano», que viene a ser como el más genuino «asfalto aragonés». 

Sensible como una piedra, geológicamente sensible, pasado Agoudal las montañas parecen peinadas, más adelante otras parecen abanicos.

Hay un arrugamiento como este un poco más adelante de Zuera.

Otras parecen otras cosas.

En cualquier caso, parece que la vida transcurre lentamente, a paso de burrito, deteniéndose un momento para mirar a quien pasa hoy por aquí, sobre todo si es una Ural!

Llegamos un mes tarde a la fiesta de las mujeres de Imilchil. Se celebra cuando todavía no hace mucho frío porque de esa manera se pude dormir fuera sin problemas. Por lo visto los hombres se van al día siguiente con la mujer puesta, la dote pagada y todo solucionado para emprender su vida marital.

Me gustan las torres de cuatro esquinas. 

De las otras, me maravilló ver cómo alunas habían ido adquiriendo altura con el tiempo.

Cada fértil rincón de la vega del río que corre a nuestra izquierda es un cuadro. Pausado, y por lo general, alegre y amable. Al menos, acogedor y  sonriente, claro que… todo el mundo sonríe a una Ural!

La ruta de hoy también nos deja episodios viales que me encantan. Pero sigo echando en falta, sobre todo, las gallinas asustadizas en las cunetas y la silueta de esos vehículos con la parte de la carga mucho más abultada, sobresaliendo por todas partes, tipo magdalena.

Uno de esos transportes creativos que me encantan. Es como el bus turístico. Es descapotable. Si lo piensas, tiene mucho en común con una Ural. Pero mucho!

De aquellos bosques, estos troncos 😛

Pues eso, como una Ural.

También Kenifra está creciendo mucho. ¡Muchísimo!

Señalética. Ni el tribunal y el hospital con dibujo son capaces de facilitarme leer esos signos. A cuenta de aprender un par de palabras en árabe por viajes, voy a necesitar varias vidas para tener el vocabulario de un niño de dos años.

Nuestros vecinos de hotel, unos profesionales.

Afortunadamente, el bereber se está haciendo notar como nunca antes, tanto en la rotulación como en la enseñanza en los colegios de colorines. Por lo menos se escribe de izquierda a derecha y eso facilita bastante aprenderlo.  ¡Y es tan geométrico!

Claramente pone: Hotel Alto Atlas.

Por la noche paseamos por la traquila, apacible Kenifra, donde por la tarde, de paseo, ya hay algunas mujeres del siglo XXI, que asoman tímidamente los hombros.