Esta noche hemos dormido en el Riad de las gargantas del Ziz, el Jurassique, justo después del túnel de los legionarios. La conducción marrocana es un poco complicada, tanto más de noche, y si no hay prisa por llegar a ningún lado, como es nuestro caso, lo mejor es evitarla. El amanecer llega tarde al fondo de estas magníficas paredes.
Amanecemos con uno de los protagonistas de este viaje: el pájaro Luis, y es que, en el incomparable silencio de la mañana, destaca el canto de este animal, que parece decir:
Soy el pájaro Luis, soy el pájaro Luis. Hay alguien ahí?
Después de un momentito se oía una lejana contestación, a lo que el primero respondía:
Oído, pájaro Luis, alguno más cercano por aquí? Soy el pájaro Luis?
Y así repetía la cancionela. Sé que es bastante objetivo, porque Julián reconoció enseguida el cantar cuando se lo comenté en el desayuno. Nuestro plan hoy es básicamente el mismo de ayer: alejarnos de Europa, seguir hacia el sur por la carretera del Ziz, que llega hasta Erfoud, y seguir más allá, teniendo Merzouga como última meta.
Las batas blancas de los niños que se dirigen a los colegios en bici o andando, salpican los arcenes. De tanto en tanto, los colores pastel de las cercas de los colegios avisan de que se ha puesto en marcha desde el gobierno alguna medida para potenciar la educación, y la verdad es que es agradable que sea tan patente.
El lago que siempre me recuerda que hay agua en Marruecos, aunque, muchas veces, no se ve.
Después de Rissani se encuentra el complejo turístico que ha desarrollado un catalán, ahora rodeado por los cimientos de lo que parece una brutal urbanización destinada, suponemos, a alojar a los miles de turistas que vendrán en busca de «aventuras sin igual» de la mano de una empresa organizadora. ¡Cómo ha cambiado!
A la altura de Erfoud se empiezan a ver las primeras señales de camellos, pero una que no había visto nunca es la de tornados. Todo un detalle, avisar.
La antigua puerta del desierto de Merzouga también ha cambiado. El colorido colegio destaca sobre el resto de las edificaciones, bastantes son nuevas. La gasolinera de bidones ya no está. Hay un botijo versión 2.0 que no son raros de ver por aquí.
Pero sobre todo, sobre todo, el cambio más radical: ¡está inundado de agua! Y las plantas explotan por vivir, aunque sean solamente unos días.
Nos hospedamos en el Tuareg, el mismo riad en el que ya estuvimos alojados en aquella otra ocasión en que también llovió en el desierto y dedicamos un buen rato rescatando ranas de la piscina. En esta ocasión había también sapos.
Nuestro anfitrión comenta acerca de su papel en el rally solo para mujeres que se celebra aquí cada año: no se puede dejar a una mujer sola en el desierto en el punto de control, y por eso él participa en calidad de «controlador».
Como alternativa a la pista que deseábamos tomar para llegar a Zagora, recomienda vivamente la carretera por Alnif. Con este dato, el mapa y la libreta cerca, me doy cuenta de que hasta hoy no tenía la más mínima idea de cuál era nuestro plan de viaje, ni había calculado a cuántos días de moto estábamos. Acordamos esta ruta sabiendo que siempre puede haber variaciones. En efecto, duró menos de un día:
- Merzuga
- Zagora (finalmente dormimos en M’Hamid)
- Boulman El Dadés (que cayó de la lista en favor de Tinghir, para subir por el Todra en lugar del Dadés)
- Boulmane (sólo porque yo había visto un cartel y lo había confundido con el anterior y tenía curiodidad, pero que nunca conocí, porque nos quedamos en Kenifra)
- Taza (finalmente dormimos en Sidi Hazarem)
- Ketama (felizmente sustituido por El Jehba, dondetodo empezó hace más de 10 años)
- A casa – si, volvimos, no sin antes calcular cuánto tiempo podríamos vivir fugitivos.
Con la certidumbre que da saber dónde va a dormir uno esa noche, nos vamos de paseo hacia el sur, a ver cómo es la frontera con Argelia. Con la sensación de seguridad que nos da el entorno – nunca he cerrado la puerta de la habitación en el riad – y la tranquilidad de la semi-soledad, dejamos los pasaportes, los cascos, y todo lo accesorio en Merzouga y llegamos a Taouz.
Aquí estoy yo perfectamente preparada para la aventura en el fértil desierto, con mis bailarinas y el bañador:
Con ganas de trepar a una duna, lo intentamos en la cuneta, pero enseguida se hunden las gomas de atrás hasta los radios y desistimos.
Es entonces cuando, al descansar para mirar atrás y hacer nuevos planes a corto plazo, hay una tormenta de dos colores tapa el horizonte. A este lado, el desierto impenetrable, la amenazadora frontera con Argelia. Y todas nuesrtas posesiones, y nuestra cama para esta noche, y nuestros colegas, nuestro cómodo mundo previsible y confortable, se encontraban al otro lado de UNA TORMENTA DE ARENA. Una última mueca para el selfie.
Ahora todo ha pasado. Ni siquiera dolía demasiado. Era una tormentilla de arenilla. Suficiente para contarlo y no bastante como para correr peligro de verdad. Baraka. El único ruido que se oye ahora es el de las ranas y un poco de tráfico en la carretera. Esto se está llenando de gente. También.