Llevamos gran parte del viaje esquivando la lluvia, y se nota en los huesos que hoy va a ser el día que nos alcance. En orden de ruta, los planes son ir hacia el norte, por bosques, evitando Fez.

Según los planes marcados en Merzouga, podríamos dormir en Taza, pero a menos de 50 kms. de la salida, un cartel señala hacia la derecha, y giramos. Y la carretera, cada vez más deteriorada, parece que va a morir en el lago.

Un poco triste. No hay bar. Como decía Mahou: «antes se acabará la lluvia que las birras en el bar», pero aquí no hay bar, ni birras y amenaza mucha lluvia!

Nos cercioramos de que este no es el camino llegando hasta donde los árboles nos impiden totalmente el paso. Y nos perdemos un poco. Y aparecen los monos.

Entonces empieza a jarrear, como decimos los maños. Nos resguardamos en la tienda del café. Blanditos, tiraos sobre la alfombra y tomando té calentito y muy dulce. Me encanta. Y con vistas a las evoluciones de los monos. Y espero que llueva un poco más rato, porque al poco, ya tengo calada a la mara de monos y sigo con atención sus evoluciones.

Yo, tan urbanita, y los monos cruzando la calle.

Nuestros anfitriones, con risillas y muy buen humor, se van turnando para acercarse con el hacha al bosquecillo y traer alimento para el fuego del horno.  


Estoy segura de que flipan con que Paco Martínez Soria, encarnado en mujer, en mi cuerpo, se haya sentado en su salón flipando con unos monos. Pues si llegan a ver a quien pasea los perros en Europa en cochecitos de bebé!.

Nos ponemos en camino hacia la cascada de Rabia para encontrar las cabañitas inundadas al lado del río. Todo oestá inundado por el barro rojo y pegajoso. Botijero.

Y entonces se produce una de esas ocasiones en que me alegro mucho de ser la feliz propietaria de una Ural con tres ruedas, porque esa línea zigzagueante que sube desde el valle, a varios metros del rio de barro, es la pista resbaladiza que lleva al norte.

Por los demonios si había barro aquel día (*). Más adelante la cosa no mejora y una caravana de moteros alemanes dispersos por la carretera nos detiene. Había ocurrido un percance y había una persona herida. 

Mientras el grupo delivera las opciones, haciendo uso de la información que traíamos de más allá, junto con mi recién conocida amiga alemana, que llevaba una GS como la que yo había dejado aparcada en casa, reconocimos que un burrito es la montura más adecuada para estos caminos – aparte de la Ural, claro.

Comiendo a la puerta del mercado, entretenidos con el trajín. En uno de los restaurantes que viene recomendado en la tablet. El camarero atento y solícito y la comida, buena.

Colores pastel luminosos adornando un sinfín de colegios. Realmente destacan sobre los tonos arena. Ya quisieran ese número de alumnos los colegios de los pueblos de Teruel.

Sólo los maños entenderán porqué no hace falta ir tan lejos para quedar en la gasolinera del Ziz.

¿Y qué pasta por aquí? Pues cabras y ovejas. Hay una clase de ovejas que son blancas, pero con la cabeza negra. Me resulta un poco macabro que, una vez dan el salto a la cadena alimenticia, colgadas por las patas de atrás en el mercado, se exhiben despellejadas desde el cuello hacia abajo, quitando parte blanca de la piel. Además hay caballos y, más esporádicamente, no muchas vacas.

En Sidi Harazem resguardados justo a tiempo del gran chaparrón que amenazaba a nuestra espalda, podríamos haber tomado las aguas, porque la fuente termal cercana es venerada por los locales, pero digamos que de agua, precisamente, íbamos bien servidos.

Por la noche,  además de las atenciones de un camarero y un barman profesionales, disfrutamos de la sofisticada conversación con Atena, que buscaba localizaciones para revistas de moda, y otros bebedores de cerveza en el bar internacional de ese hotel internacional, de diseño decadentemente setentero. Me gusta.

(*) El único día que hubo más barro fué este, en Zaragoza